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Ciclismo y movilidad

Cuando los carriles bici son el problema

Desde hace algunos años asistimos a un cambio de paradigma en la movilidad urbana que, a mayor o menor velocidad, está transformando las ciudades y convirtiéndolas en espacios más amables, humanos y seguros para sus usuarios. Medidas como el aumento de bicicletas municipales y estaciones, aparcabicis en zonas comerciales, control del tráfico y del estacionamiento en doble fila y sobre aceras, peatonalización de calles céntricas… son cada día más habituales, aunque si hay una que sigue siendo la más deseada, esa es la creación de carriles bici.

Para un Ayuntamiento es todo ganancia: se ponen unos pivotes de separación a ambos lados de la calzada (o se hace un carril de doble sentido sólo en uno, aunque eso requiere mucha más elaboración), se reduce un poco la mediana de la misma para que los carriles de circulación sigan siendo igual de anchos, se mantienen intactas las aceras y, como mucho, sólo hay que eliminar unas cuantas plazas de aparcamiento. Ciclistas contentos, porque no tienen que compartir la calzada con los coches; peatones contentos, porque los ciclistas no van por las aceras; conductores contentos (más o menos) porque los ciclistas no les molestan -aunque pierden sitio donde aparcar- y Ayuntamiento orgulloso de demostrar a sus vecinos cómo lucha contra la contaminación y en favor del medio ambiente. 

Ojalá fuese todo tan sencillo, ¿verdad? Pero, por supuesto, siempre nos topamos con la realidad.

El mayor error a la hora de empezar a planear un carril bici es dar por hecho que no va a quitar espacio a nadie. Incluso midiendo 1.5 metros, ya son 1.5 metros menos de calzada que va a haber. La forma de subsanar este problema suele ser estrechar o eliminar la mediana de la carretera (si la hay) o, directamente, reducir la anchura de los carriles de circulación de manera proporcional “para que no se note”. Ambas ideas son, cuanto menos, peligrosas. Por otro lado, existe también cierta tendencia a pensar que un carril bici se hace simplemente separando un trozo de calzada del resto mediante algún elemento físico, como aletas de tiburón o pivotes de plástico. Esta forma de creación de carriles es utilizada habitualmente en muchas ciudades como una manera de rápida, barata y poco invasiva de sacarlos adelante, pero muchas veces no se tiene en cuenta (o se tiene, pero se considera algo salvable) que la zona de la calzada por la que se obliga a circular a las bicicletas suele estar llena de tapas de alcantarilla o baches provocados por la acumulación de agua, lo que afecta negativamente a su mecánica y puede llegar a provocar pinchazos o averías sin mucha dificultad.

El tema de la obligatoriedad es esencial en este sentido. La mayoría de las ordenanzas municipales españolas dejan bien claro que, en el momento exista un carril especial para bicicletas, todos los ciclistas deberán circular por él. Esto podría parecer algo lo suficientemente lógico para que no fuese necesario convertirlo en una norma, pero es donde muchas veces queda demostrado que los encargados de planificar la movilidad sostenible no son usuarios de sus propias creaciones. 

En este momento es importante hacer una distinción: aunque todos se ven perjudicados de una manera o de otra, los ciclistas “urbanos” se enfrentan a una problemática y los “deportistas” a otra. El primer grupo es, a priori, el que más beneficiado sale con la creación de más y más kilómetros de carril especial. Esto los separa de los vehículos, lo que aumenta automáticamente su seguridad y reduce su estrés, y además les permite moverse tranquilamente por las calles sin tener que invadir la acera y esquivar peatones y miradas asesinas. La cuestión viene cuando los propios recorridos o enlaces de los carriles bici les obligan a hacer algunos metros compartiendo plataforma con los viandantes o esperar en pasos de peatones para cruzar completamente la calle y seguir por otro sector de carril especial que está en el extremo opuesto. Esto se traduce en que un recorrido que por carretera se haría en X minutos pasa a durar X + 10 ó + 15 sólo por el hecho de tener que cumplir las normas. Y sí, siempre está la opción de meterse en la carretera en algún cruce para evitar esto, pero nadie está a gusto cuando un conductor enfadado le empieza a increpar porque le está “quitando su espacio”.

En cuanto al segundo grupo, el de los deportistas, un carril bici suele ser negativo por definición. Ya no solamente porque las cubiertas de una bici de carretera se pinchen sólo con pensar en meterse por esos estrechos carriles llenos de piedras, cristales y todo tipo de basura (al estar separados del resto de la calzada por elementos físicos, las máquinas de limpieza no caben por ellos y acaban por llenarlos de suciedad), sino también por algo que es inherente a la práctica deportiva: la velocidad. Un ciclista en habitual en buena forma mantiene en un llano o en una bajada dentro de un núcleo urbano la misma velocidad que un vehículo a motor, algo que ya debería quitarle la etiqueta de “molestia” para los conductores, y además el recorrido que tiene marcado es uno que no puede depender de saber dónde están los carriles bici ni, desde luego, de parar en pasos de peatones para pasar de unos a otros. Un ciclista deportivo no deja de ser un vehículo más de la calzada que no un “simple” ciclista.

Por todo ello, cada vez que un grupo político anuncia la creación de más kilómetros de carril bici hay que ser inquisitivos y no dar nada por sentado, y si es posible, hacer presión para que dentro del equipo que se vaya a dedicar a su planificación no haya sólo técnicos de urbanismo e ingenieros, sino representantes del colectivo ciclista o usuarios habituales de vehículos sostenibles.

Con este artículo hemos querido poner de manifiesto los puntos negativos que existen todavía en la movilidad de las ciudades y que nos afectan a nosotros especialmente como ciclistas que somos, pero esto no debe de ser óbice para olvidar felicitar la labor que muchos Ayuntamientos y municipios están llevando a cabo en los últimos tiempos y que realmente sí tienen a los ciclistas como puntos esenciales y básicos de sus proyectos de movilidad. En muchas ciudades se están construyendo carriles bici con asfalto especial adherente, con un color distinto al de la calzada para que no haya necesidad de poner barreras físicas, con un ancho suficiente para que quepan dos bicicletas y con un buen mantenimiento que hacen que las bicis agradezcan moverse por ellos. 

Queda todavía mucho trabajo por hacer, pero las intenciones de las instituciones están ahí y la sociedad está cada vez más concienciada acerca de la necesidad de proteger el medio ambiente y reducir la contaminación del aire en nuestras ciudades. Y para esto, sabemos que no hay nada mejor que las dos ruedas.