Si hace dos años alguien nos hubiese preguntado qué opinábamos del gravel, seguramente no hubiésemos sabido ni siquiera de qué nos estaban hablando. ¿Gravel? ¿Será un tipo de rally? ¿Un videojuego, quizás? Nada que ver con el ciclismo, desde luego. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, esta disciplina ciclista (al final resulta que sí que pertenecía a nuestro deporte…) ha sufrido una tremenda explosión de popularidad y ha empezado a atraer a cada vez más corredores y aficionados a sus filas; y tiene sentido, porque el gravel tiene muchísimo que ofrecer y es seguramente ahora mismo la parte más llamativa del ciclismo. Sin embargo, ¿estaremos ante la típica moda estrafalaria que desaparece tan rápido como ha llegado? Lo cierto es que todo parece indicar que no.
El gravel es una disciplina que rezuma espíritu americano por los cuatro costados. Carreras en caminos de tierra o empedrados, atravesando partes de barro, riachuelos e incluso zonas de nieve, horas y horas sobre el sillín, bicis con geometrías muy parecidas a las de carretera y libertad, mucha libertad. Un cóctel ganador donde los haya. Por mi parte (y quizás muchos de los que estéis leyendo esto también), siempre había desconocido la existencia de este tipo de ciclismo, y no fue hasta que gracias al equipo Education First Pro Cycling y Rapha empezaron a convertirlo en algo mainstream que empecé a interesarme por él. A lo largo de 2019, la marca de ropa ciclista inglesa (que viste a este equipo World Tour) produjo una serie de vídeos para su canal de YouTube bajo el título “EF Gone Racing – Alternative Calendar” en los que nos mostraban a modo de documental cómo era la preparación y el desarrollo de algunas carreras off-road (principalmente gravel) en Estados Unidos, convirtiendo por el camino en iconos del ciclismo alternativo a gente como Lachlan Morton, Alex Howes o Taylor Phinney. La gran calidad y realización de los vídeos y el tipo de carreras que en ellos se enseñaba provocaron una especie de iluminación en muchos de nosotros, y a partir de ahí ya no hubo marcha atrás.

¿Qué tiene el gravel que lo hace tan atractivo? Para empezar, el gravel es diversión; así de claro. Y no, esto no es una simplificación escrita por alguien que no sabe qué decir, sino que es el resumen más completo que se puede hacer sobre él. ¿Te gustan los caminos prensados de arena? Los tienes. ¿Prefieres la tierra empedrada y dar botes en el sillín sin tener que meterte por el medio del monte en una mountain bike? Toto tuyo. ¿Eres aficionado a llenar la bici de agua y barro y lavarla con una manguera a presión al llegar a casa? Puedes ponerte a la cola. Todos los terrenos que os podáis imaginar están disponibles para vosotros, y no habrá prácticamente ninguna superficie que se resista a vuestra bici.
Y esta es precisamente la segunda razón por la que el gravel engancha: las propias bicis. Hay una para cada persona. Todas se caracterizan por su manillar con cuernos como las bicis de carretera (en detrimento del manillar recto de MTB), pero a partir de ahí cada uno podrá conseguir o crear lo que necesite. Las hay con geometrías casi similares a las de carretera, otras muy parecidas a las de montaña, las hay con un plato más bien pequeño y una gran variedad de piñones de todos los tamaños, con dos platos y piñones más pequeños… Dependiendo de dónde se viva y de cómo y por qué tipo de caminos se vaya a usar habitualmente, habrá que tener en cuenta todas estas opciones.
Aunque si hablamos de características diferenciadoras, seguramente las ruedas sean la número uno. Todo dependerá de la marca y el modelo que se elija, pero en general muchas de las bicis de gravel ofrecen una gran amplitud en cuanto al ancho de rueda se refiere, permitiendo al mismo tiempo meter unas cubiertas de carretera de 25 mm o unas llenas de tacos y marcas como las de una excavadora de más de 45 mm. El rendimiento con ellas no dista demasiado para el ciclista habitual no competitivo de lo que se conseguiría con un modelo específico para cada disciplina, por lo que, por ejemplo, en un mismo segmento asfaltado no notaremos una llamativa diferencia entre las velocidades y el manejo de una bicicleta de carretera frente a una de gravel con unas cubiertas lisas de 23, 25 ó 28 mm. Y si os paráis a pensarlo, esto abre un abanico de posibilidades espectacular: podríamos llegar a decir que con una bici de gravel y tres juegos de ruedas con diferentes características casi sería como si tuviésemos tres bicis distintas, pues simplemente cambiando unas por otras tendríamos la oportunidad de ir casi a cualquier lugar que nos podamos imaginar habiendo gastado muy poco dinero en comparación a tener una bicicleta para cada día.
Una tercer punto positivo que ofrece esta disciplina es el espíritu aventurero que exhibe. Cuando alguien se apunta a una competición siempre quiere ganar o, en mayor o menor medida, conseguir el mejor puesto posible, pero el gravel probablemente sea el evento deportivo que más se acerque a ese falso mito del “lo importante es participar”. Una carrera por asfalto puede durar varias horas y ser muy dura según los metros de desnivel positivo que tenga, pero no deja de ser un circuito cerrado en el que los pinchazos y caídas no son más habituales que en cualquier salida que podamos hacer con nuestro grupo de amigos. Las carreras gravel empiezan al amanecer y acaban al anochecer, cruzando todo tipo de senderos, prados y caminos en los que casi cualquier cosa es posible. Además, depende de uno mismo arreglar todos los desperfectos que le puedan ocurrir a su bici (y que le ocurrirán) y administrar bien la bebida y la comida transportándolos en los sitios más imaginativos posibles, pues durante decenas de kilómetros no habrá ningún punto de avituallamiento y la deshidratación puede jugar un papel importante.
Al final, lo que hace bonito a todo esto es la camaradería que acaba surgiendo entre todos los participantes, pues en definitiva la gran mayoría están ahí para vivir una aventura única y ver hasta dónde pueden llegar física y psicológicamente. Y si las relaciones con los demás no se han producido durante la carrera seguro que lo harán después, ya que más que competiciones ciclistas son eventos culturales que intentan incluir a toda la población de los pueblos y áreas de salida y llegada. A veces todo parece más un bikepacking elevado a la máxima potencia que una carrera ciclista.

Como decíamos al principio del artículo, el gravel es un producto típicamente americano, con competiciones creadas por las propios ciclistas y organizadas por las comunidades por las que transcurren, sin que haya en ningún momento ninguna súper organización que decida qué, cuándo, cómo, dónde y por qué se hacen las cosas. Algo que podríamos calificar de “pionero”. Pero, ¿podría tener futuro en Europa? Es más complicado.
Para empezar, los europeos no tenemos nada parecido a esa visión de la vida. La historia de nuestro continente ha estado marcada siempre por las guerras entre las élites y por naciones gobernadas sin tener nunca en cuenta a las poblaciones, lo que en la sociedad contemporánea se ha traducido en la artificial necesidad de que siempre haya alguien que mande, organice y normalice y que no deje nada al libre albedrío de las personas.
En cuanto al ciclismo, la UCI domina con mano de hierro y, de hecho, impide que el deporte evolucione mediante el monopolio de las competiciones y su guerra con un gran grupo privado, ASO, que a su vez piensa poco en la bici y mucho en los beneficios de sus carteras de negocio. El ciclismo de carretera y el ciclocross están totalmente asentados en el viejo continente y aceptan sin rechistar todas las normas, pero ya hemos visto la que se ha montado cuando la UCI ha insinuado que en un futuro próximo podría recoger también al gravel entre sus garras. Sin embargo, esto no quiere decir que cada uno de nosotros, de manera individual o grupal, no podamos encontrar zonas dentro de nuestros propios países en las que seguro que disfrutaremos de lo que es rodar en nuestras bicis por todo tipo de terrenos y disfrutar de la naturaleza a un nivel al que ningún otro tipo de ciclismo llega.
¿Perdurará el gravel en el tiempo? Es bastante probable. Las grandes marcas de bicicletas se han hecho eco del tema y prácticamente todas tienen ya sus modelos de gama media-alta disponibles para el público. Podemos llegar a pensar que hace no mucho también se pusieron de moda las bicis eléctricas y que al final el boom ha decaído hasta casi la insignificancia, pero no es lo mismo un producto dedicado al mundo urbano (y expuesto, por tanto, a las modas) que uno dedicado a deportistas cuyo ocio o incluso medio de vida se basan en él.
Por otro lado, vemos como varios ciclistas profesionales han decidido abandonar el World Tour por culpa de la presión y sus todas las limitaciones a los que somete a los deportistas para dedicarse al gravel a través de sus propias marcas y patrocinadores. Gente como Peter Stetina, Ian Boswell o Laurens Ten Dam han dado el paso, y otros como los anteriormente citados Lachlan Morton o Alex Howes (campeón americano de ruta, curiosamente) pasan más tiempo con sus bicis fuera de la carretera que dentro de ella. Que esto acabe convirtiéndose en una nueva burbuja está por ver, pero si hay una cosa que podemos tener clara es que cuando uno mismo maneja las riendas de su futuro, cualquier proyecto que decida emprender va a tener más porvenir que cuando está obligado por una maraña de normativas y presiones externas. Ese es, al fin y al cabo, el espíritu del gravel.